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EL POLVO DE MOMIA

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Hasta hace poco tiempo relativamente, en 1924 una empresa farmacéutica alemana, la Merck & Co. incluía el “polvo de momia” en su lista de productos para la venta en sus catálogos. Fue el producto estrella en la época victoriana, hasta los reyes de Francia eran glotones de este amarillento polvo de extrañas propiedades “mágicas”.

EL POLVO DE MOMIA

No era para menos, según decían venía extracto directamente de las legendarias “momias egipcianas”. Al principio puede que fuera así, que fueran de momias del Antiguo Egipto, pero después de ver la clamorosa acogida de este prodigioso remedio, rápido la picardía típica de las mentes emprendedoras, vieron en ello un negocio goloso de donde poder sacar una buena ganancia. Así que embalsamaban, así sobre la marcha, cuerpos frescos de recientes difuntos y los vendían a los comerciantes europeos, tan necesitados de los efectos que proporcionaba este producto.

Lo curioso es que se le atribuía esotéricas y extraordinarias propiedades curativas, un verdadero toca-sana, un medicamento que se vendía en las boticas, y que según decían era capaz de curar todo tipo de dolencias y enfermedades, incluidas la epilepsia y hasta la peste, y como no, también rejuvenecía la piel.

EL POLVO DE MOMIA

Así que todos, bueno, no todos, sólo los que se lo podían permitir, lo tenían tanto en el botiquín de casa, como también en unas cómodas y prácticas pequeñas bolsitas o cajitas, incluso algunas bellamente decoradas, que entraban muy bien en el bolsillo. Así de poderlo llevar a todas partes y tener el prodigioso polvillo amarillo siempre a mano, para poder esnifarlo bien solo, o mezclado con otras drogas de moda como el opio, o echarlo sobre algún rasguño.

Además de esnifarlo, también se tomaba mezclado con miel, vino o simplemente agua. Algunos exagerados o muy necesitados, según como se mire, hacían una comilona ingiriendo directamente un trozo de momia, supongo que con mucho vino, pero eso ya es una suposición mía.

EL POLVO DE MOMIA

La verdad es que fue un producto “gourmet” en los almuerzos de las clases sociales más altas, las que podían permitirse el precio tan elevado que tenía un trozo de momia.

Aristocráticos, reyes, como decimos, pero también la gente más común quería consumirlo, también ellos tenían derecho a beneficiarse de tal prodigio, así que también entre ellos empezó a ponerse de moda el consumo de tales polvos y sus variantes en pomadas y mejunjes oleosos.

DE UNA CONFUSIÓN LINGÜÍSTICA A COMER “LITERALMENTE” MOMIAS

Es curioso como de una simple asociación lingüística podemos pasar a comer cuerpos resecos de ancestros. Sí, suena rarísimo, pero parece ser que fue eso lo que ocurrió.

Todo empezó con los persas, como sabemos fueron grandes comerciantes. Gracias a ellos los ciudadanos de Europa podían disfrutar de productos genuinos, exóticos y a veces muy raros, que traían de mundos lejanos y recónditos.

Uno de ellos fue el betún, originario de los árabes, significaba resina, un líquido de color negro y aspecto viscoso, el común alquitrán o brea elaborado de la destilación de ciertas sustancias carbonizadas como la hulla o el petróleo, el cual se utilizaba principalmente para el recubrimiento de los barcos, y para muchos otros usos, por su excelente resistencia al agua salina, su efecto anticorrosivo e impermeabilidad, así que la demanda de este producto en la época era muy grande.

EL POLVO DE MOMIA

Desde antaño ya los persas atribuían a esta viscosa salsa, llamada también pitch asphalt, por ser de color muy oscuro, propiedades saludables y beneficiosas para el organismo, una medicina, que en un inicio se empleó sólo para uso externo, para la piel, heridas o fracturas; pero que poco después se empezó a utilizar también para uso interno, consumiéndolo, decían que curaba las úlceras y otras enfermedades, y hasta que era afrodisíaco.

Son muchas las referencias históricas sobre el betún, los árabes fueron los primeros en introducir el concepto farmacológico de la mumiya, ya que era un tipo de betún resinoso que se extraía en Asia occidental, y que se utilizaba en la medicina islámica tradicional desde tiempos remotos.

Posteriormente se han encontrado referencias sobre sus propiedades curativas tanto en textos griegos, denominado pissasphaltus, es decir brea o asfalto, y más tarde en los textos de algunos físicos y médicos medievales, que lo llamaban betún, en latín. Durante las Cruzadas se generalizó aún más su uso en Europa y aumentó por ello su demanda.

Hoy día sabemos que es una sustancia muy tóxica, irritante y además cancerígena. Lo curioso es que los árabes y los mercaderes persas lo conocían y lo llamaban en su idioma mumo mumiya, o más simple mummia. Que casualidad.

El betún o asfalto, sin embargo no era una sustancia desconocida para los egipcianos, también ellos la conocían desde la antigüedad, y la utilizaba para muchos usos, principalmente para sellar, incluso hay referencias que durante la XII Dinastía (1991-1802 a. C.) lo han utilizado precisamente también para embalsamar los cuerpos de los difuntos.

EL POLVO DE MOMIA

Cuando los mercaderes persas llegaron a Egipto y vieron las famosas momias ancestrales, pensaron que los antiguos egipcianos habían recubierto los cuerpos de sus antepasados con la misma sustancia, su útil y conocida mummia.

En realidad lo que veían era la secreción negra que trasudaban los cuerpos embalsamados, y no la resina original con la cual habían embadurnado el cuerpo en pasado.

En los antiguos embalsamamientos era más frecuente recurrir a otra sustancia, un ungüento que proporcionaba similares características que el betún, pero diferente en su composición y elaboración, una resina, a la cual a veces se le añadía diferentes combinaciones de aceites vegetales y cera de abeja, que aportaba además propiedades antisépticas y bactericidas.

Después de haber vaciado de sus órganos internos y desecado, el cuerpo venía espolvoreado con lo que ellos llamaban ntry, que significa puro, divino o dios. El natrón, la llamada “sal divina”, era extraída del fondo árido y agostado de un lago, situado en un lugar llamado Wadi el-Natrun, en Egipto, de ahí el nombre.

EL POLVO DE MOMIA

El natrón es un carbonato decaidrato de sodio, de color blanco, cuya característica principal es la de absorber la humedad, y cuando lo hace se colorea de color amarillo.

Seguidamente embadurnaban el cuerpo con la resina, y terminaban poniéndole las famosas vendas. El cadáver ya era listo para meterlo en el sarcófago y depositarlo en la pirámide o tumba destinada a su eterno descanso.

Ya en el siglo XII, la fama de las fabulosas propiedades curativas del betún empezó a aumentar en Europa. Los mercaderes persas de este sector no daban a vasto para abastecer la creciente demanda, y fue cuando empezó a escasear los suministros de betún natural importado desde Asia.

Así que algunos mercantes empezaron a comercializar un betún, aunque también escaso, más barato, traído del Mar Muerto, al cual además, apoyados por algunos médicos griegos, le atribuían mejores propiedades que el asiático.

Fue entonces que a los mercantes persas buscaron otra fuente donde obtener el preciado betún; si los cuerpos embalsamados egipcianos que habían visto, trasudaban una sustancia negra parecida al betún, porque habían sido tratadas con ungüentos de similares propiedades, podían aprovechar tal similitud. Y de paso llamarlo con el mismo nombre, mumiya. El significado de las dos cosas, secreción trasudada de los cadáveres embalsamados y betún, se unió.

EL POLVO DE MOMIA

Y así empezó todo, si la mummia, osea el betún, el común alquitrán, tenía propiedades milagrosas, por extensión, también el cuerpo recubierto de esa sustancia. Así se empezó a confundir la originaria mummia, osea betún natural, con la extraña y macabra sustancia negra que trasudaba de los cadáveres embalsamados.

Con estas intenciones, los mercaderes empezaron a afluir en Egipto en busca de cadáveres embalsamados, y así inició este curioso intercambio comercial con Europa.

La recogida de esta extraña secreción, era sin duda morbosa, este humor se acumulaba principalmente en el vientre y el cráneo de los cadáveres. La producción no era mucha, bastaba sólo para abastecer en parte la demanda farmacéutica de los países europeos, y no la de otros usos.

La sorprendente acogida e incesante demanda que tuvo este producto fue aumentando en Europa, por lo que los suministros no tardaron en ser insuficientes. A la vista de esta circunstancia, no se tardó en comercializar no sólo la sustancia negra que trasudaban los cuerpos embalsamados, sino las partes ennegrecidas internas del cadáver, y posteriormente el entero cuerpo putrefacto del embalsamado.

Cuando se perdió el control, Egipto prohibió el comercio con momias, empezaban a escasear y si continuaban así, no iban a dejar ni una en Egipto. Fue entonces cuando empezó la “producción” casera, y masiva de momias falsas, y continuó el negocio.

En el Renacimiento ya algunos estudios reconocieron que hubo un error en la traducción de la palabra resina del latín y mumiya. A pesar de estas voces, el polvo de momia en torno al 1718 tuvo una acogida asombrosa en todas las boticas de Europa, y continuó a ser el producto estrella por más de un siglo.

Ya desde el Medioevo en el siglo XII se utilizaban las momias egipcianas con fines curativos, y su uso masivo se prolongó como decimos hasta empezado el siglo XVIII, para entonces ya se olía que eran falsificaciones y disminuyó la venta en las boticas, por fin un cierto escepticismo sobre el valor farmacológico empezó a sobrevolar por las mentes de los europeos más modernos, o no.

Curiosamente a pesar del escepticismo que querían inculcar algunos detractores al consumo de este producto, al parecer, la venta disminuyó por ser falsas, y no por las razonables dudas de sus supuestas propiedades curativas. Por lo que nos hace pensar que si hubieran continuado a comercializar sólo momias auténticas del Antiguo Egipto, tal vez todavía estábamos con esos polvillos entre las manos.

Pero el consumo de momia no desapareció, porque continuó por todo el XIX, y el polvo de momia estuvo a la venta hasta entrado el siglo XX.

UN TOQUE MÁS NATURAL Y REALÍSTICO

Aún con eso, el comercio de momias continuó aún por un tiempo, no iban a desperdiciar las que ya tenían en el almacén, al menos esas, pero ya para otros usos, no tan audaces como los gastronómicos, pero también bastantes rentables y creativos, los artísticos.

Como estas momias, al ser falsas ya no tenían “poderes mágicos”, las utilizaron para elaborar pigmentos marrones, con los cuales colorear los lienzos, sobre todo las partes del lienzo que representaban la piel humana.

EL POLVO DE MOMIA

Según los artistas, daba un toque “especial”, más natural y más realista a la piel, quien sabe el porqué. Aunque la idea era algo macabra, fue bien acogida. Los artistas de la época lo llamaban “marrón de momia”.

Los pigmentos, los vendían en tubos normales para la pintura al óleo, también era conocido como marrón de Egipto o caput mortum (cabeza de muerto). Ya el nombre daba indicios.

Aún con eso, muchos artistas de la época lo utilizaron pensando que su nombre era meramente metafórico; como el legendario sangre de dragón, otro pigmento de la época que decían era una mezcla de sangre de dragón y elefante de la India, generado cuando morían juntos en un feroz enfrentamiento.

Claro, con estas historias tan fantásticas de dragones, no fue de extrañar que cayó en desuso rápidamente. Encima tardaba mucho en secar y se oscurecía en presencia de la luz, tal vez porque en realidad era una resina, eso sí, de encendido color rojo sangre, extraída de unos árboles del género de la dracanea.

En cambio el marrón momia, era especial, no presentaba esos inconvenientes, y su origen era más creíble. Hoy día el pigmento moderno marrón de momia, no está hecho evidentemente de un cadáver, sino de una mezcla de minerales, caolín, cuarzo, goethita y hematita, cuyas cualidades confieren diferentes grados de opacidad y color, variando desde el amarillo, al rojo vivo y violeta.

SAQUEO INDISCRIMINADO, TODOS A POR LAS MOMIAS

Bueno, la que se armó. Todos a la búsqueda de arcaicas momias egipcianas. Una auténtica persecución y saqueo a las zonas donde se creía hubieran cementerios y tumbas. El negocio sólo había empezado.

Mientras en Europa empezaba la venta masiva de este maravilloso producto en todas las boticas del territorio, un cura-sana para todas las dolencias, o una droga para otros, incluida en la lista de sus favoritas, como narran algunos textos de la época. No daban a vasto, a machacar los cadáveres para transformarlos en ese polvo tan apreciado, y tan bien pagado. La demanda de momias superó lo esperado, y empezaron las estrategias de marketing.

Después de la primera brutal arrasada, las tumbas habían sido expoliadas sin escrúpulos, y las momias de “extracción fácil”, empezaron a escasear. Cada vez era más difícil encontrar una momia en buen estado, a pesar de los esfuerzos de los saqueadores, muchas las encontraban podridas. Lo cual no impidió que se aprovechara igualmente el producto, elaborando en vez de polvo amarillo, pues, una pasta o mejunje más oscuro, pero de iguales propiedades curativas.

Además de la dificultad de encontrar más tumbas, ya que la mayoría estaban bajo tierra y no era tan fácil encontrar indicios de su presencia, estaba la fatiga de su extracción. Una tarea nada fácil, muy complicada y peligrosa, a veces, además de fatigosa.

Por lo que tanto a los del saqueadores como a los comerciantes se les ocurrió recurrir a otro técnica, la falsificación. Empezaron a momificar los cuerpos de recientes difuntos, esclavos, cadáveres abandonados o justiciados, como anteriormente hemos mencionado.

Todo fuera para no decepcionar y dar respuesta a la demanda de sus clientes europeos. Además ofrecía una ventaja añadida, ya no era necesario recurrir las egipcianas, podían fabricarse al lado de casa, que también había producto en abundancia en la zona. Lo que se ahorraban el traslado de la mercancía.

Claro, con tanto ajetreo de momias, de aquí para allá, algunas de estas “falsas” momias fueron a parar a las vitrinas de los museos, y durante décadas han sido admiradas por miles de personas sin saber que eran una falsificación, hasta que llegó los rayos X. Ahí se descubrió la estafa, y la decepción.

LA RECETA PARA HACER UNA BUENA Y SABROSA MOMIA

Claro, a este punto, no era de esperar que faltarán consideraciones filosóficas al respecto, ¿pero gastronómicas? Paracelso no sólo hablaba del “espíritu intrínseco” de la momia, sino también de cual era la mejor momia para comer. La más nutritiva y la que más sustancias mágicas poseía en su interior.

Según él, la verdadera momia farmacéutica, es decir, la que tenía mayores concentraciones de sustancias curativas, era la de un cuerpo sano de un hombre, que debía haber fallecido no de muerte natural, sino innatural. De esa manera conservaba todos los “poderes” curativos.

Más adelante Oswald Croll un químico alemán, conocido por ser un de los alquimistas que quería unir la alquimia y la química, recogió la idea de su camarada, y preparó literalmente una receta culinaria en toda regla y detalles.

Claro que no fueron los únicos “chefs” de la época, ya en el siglo XVI se fabricaban momias falsas incluso en la misma Francia. Había toda una red bien planificada, los boticarios se hacían traer los cadáveres robados de las ejecuciones o víctimas de agresiones. Los secaban en el horno, los adobaban con mejunjes, y después vendían su carne.

Como sabemos, el canibalismo, porque ya creo que a este punto podemos llamarlo así, fue una práctica extendida por todo el mundo, en diferentes culturas y épocas. A esto debemos añadir los puntuales y esporádicos casos que podemos encontrar en las noticias de crónica.

BUEN APETITO

A este punto, todos os estaréis preguntando qué sabor tendría una momia. Pues difícil decirlo para uno que no la ha probado, ni espera hacerlo. Pero según el arqueólogo español José Miguel Parra, “tendría un gusto muy aceitoso, por las resinas, y un poco salado, por el natrón que se utilizaba en la deshidratación”. Osea, el perfecto aliño para una ensalada de verano.

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