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LA INERCIA EN LA ADOLESCENCIA 17 AÑOS: LA EDAD DEL TERROR

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LA INERCIA EN LA ADOLESCENCIA 17 AÑOS: LA EDAD DEL TERROR

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La inercia es una particular situación que se presenta con mayor intensidad en el periodo de la adolescencia, particularmente en torno a los 17 años. Como yo la llamo, la “edad del terror”.

Los temidos, aunque también añorados 17 años se presentan asiduamente exuberantes de emociones y extravagancias, pero no exentos de bloqueos e inercias que hacen este momento difícil de gestionar tanto para el joven adolescente como para los padres o tutores.

Precisamente a los 17 años la adolescencia suele presentar su cara más complicada y ardua. Un momento tortuoso y confuso en el cual hay que acompañar al adolescente con una mayor paciencia y comprensión.

LA INERCIA : APARENTEMENTE UNA CÓMODA POSICIÓN

LA INERCIA EN LA ADOLESCENCIA 17 AÑOS: LA EDAD DEL TERROR joven chica

Seguramente recordarás la inercia como una compañera que te ha flanqueado en algún momento de tu vida. Tal vez después de la pérdida de un trabajo o de un amor, no había modo de levantar cabeza. En momentos como éstos, las dudas nos afloran y una sensación de “no ser adapto” nos invade. Enfrentarnos a un nuevo desafío nos abruma y nos paraliza. Si dejamos que esta sensación paralizante persista en el tiempo se corre el riesgo que se convierta en una “inercia”difícil de superar.

La inercia suele hacer su primera aparición en la tierna edad infantil, en las primeras excursiones al “exterior”, el momento de ir al colegio, de “deber” hacer amigos, etc. A veces se le “tacha” al niño de inadaptado, retraído, de haber algún tipo de autismo. Nada más lejano de la realidad. Es simple defensa. Al contrario, es una manera instintivamente inteligente de enfrentarse a lo que consideramos, (eso sí, tal vez equivocadamente), una amenaza.

Pero hay que reconocer que afrontar situaciones nuevas no siempre es sinónimo de agradable y placentero. A veces las situaciones nuevas se presentan cuanto menos desconcertantes, ambiguas, o decisivamente aviesas. De las cuales “sabiamente” evitamos su confronto eludiéndolas. El “obligo impuesto” de enfrentarnos a dichas situaciones, evidentemente exige y por tanto comporta una buena ración de temor, esfuerzo y voluntad.

En ciertas ocasiones la valuación de la amenaza es tan negativa que nos acobardamos, con o sin razón, y suponemos que resultará traumática, o en el mejor de los casos incómoda, no queremos salir de nuestro estado de “confort”, y por tanto consideramos que es mejor no afrontarla.

Como ya estoy adelantado, muchas veces la motivación de no querer afrontar dichas situaciones es relativa al mero hecho que no queremos modificar nuestro estado de comodidad. Pero también hay que admitir que a veces no vale la pena enfrentarnos, o que realmente ocasiona un trauma inútil.

Es un hecho que después de experimentar más o menos el trauma del confronto, habitualmente solemos buscar una salida a esa encerrona. Al no encontrar el apoyo adecuado, ni la fuerza para “salir” de alguna manera de esta encerrona, nos negamos rotundamente a la idea. A veces, en edad adulta, es muy frecuente que pueda aparecer improvisamente, generando momentos de bloqueo y confusión. Pero es sin duda en la adolescencia donde manifiesta su versión más exasperante.

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En la adolescencia la inercia induce a permanecer en una situación de estancado. Un bloqueo inicial desencadena una apatía selectiva hacia ciertas tareas, cometidos y compromisos. Junto con la distintiva antipatía, acidez y descaro típico de esta fase, el adolescente deja de hacer ciertas incumbencias a las cuales se había concordado realizar. Así sin razón aparente “deja de cumplir con sus obligaciones”. Ha comenzado la “edad del terror”.

Para los padres y tutores este periodo es verdaderamente enervante e irritante. Un error que asiduamente hacen los padres es percibir este comportamiento apático como una banal provocación.

Comienza un período de inactividad secuencial, exceptuando algunas actividades que “extrañamente” no han sucumbido a esta inoportuna desgana aparentemente inmotivada. Progresivamente el adolescente inicia a acomodarse en esta situación inerte y distante del resto del mundo, y sobre todo de sus responsabilidades.

EL INCUMPLIMIENTO DE SUS OBLIGACIONES”

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Junto con el comportamiento típicamente desconsiderado, engreído e impertinente del adolescente, el incumplimiento de sus deberes, en particular en los estudios, es decir, las ausencias injustificadas a clase, bajo rendimiento escolástico, falta de interés por estudio, etc. es el punto donde los padres más meten a prueban su paciencia y su entereza.

Temen lo peor, el temido “fracaso escolar”. Un fantasma que aparece de repente en su horizonte, el cual anuncia todo tipo de desgracias y miserias. No es algo fácil de asimilar para los padres. Ellos que se retienen personas de un cierto criterio (al tener algún año más y alguna experiencia más), ven en estos gestos irresponsables, oportunidades perdidas.

No es de extrañar que muchos padres entren en crisis con sus hijos adolescentes. Se ven frustrados en sus expectativas en lo referente al futuro de sus hijos, a lo que esperan de ellos. No sin motivo el menoscabo de logros y progresos en ese debido tiempo precioso, con esas oportunidades y ocasiones únicas, con esos recursos puestos a disposición a veces con tanto sacrificio y con esa energía vital y emocional dilapidada, malgastados todos ellos sin una justificación aparente, puede suponer realmente una pérdida de oportunidades y momentos únicos.

Es un hecho objetivo que ese momento, con esas circunstancias precisas puede no repetirse nunca más. La buena noticia es que más adelante pueden aparecer otros momentos igualmente idóneos y puede que hasta más fructuosos (dentro de poco te motivaré en qué sentido y porqué digo más fructuosos).

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Evidentemente estos nuevos momentos y oportunidades podemos provocarlos nosotros mismos (padres, tutores y adolescentes), no necesariamente tenemos que esperar a que la “suerte o el destino” nos ponga de nuevo en posición de mejorar. De hecho no funciona así, tenemos precisamente nosotros mismos que encauzar y guiar convenientemente nuestras decisiones y acciones para que aparezcan de nuevo momentos idóneos para el desarrollo en este caso del adolescente.

Claro está que aún con esta nueva oportunidad a la vista, en la mente de los padres o tutores puede que quede todavía la sombra de la frustración anterior, de la pérdida ya no recuperable efectivamente, que insistente nubla la nueva expectativa de futuro con otra posible decepción.

No queda otra que racionalizar la situación, asimilando esta errónea y sobre todo contraproducente idea basura como una percepción a descartar, dando espacio a una objetiva confianza, y digo confianza y no esperanza. Porque lo que tenemos que dar de nuevo a nuestro joven adolescente es confianza, crédito para que pueda armarse de coraje, entusiasmo y sobre todo de motivación y con estos instrumentos (y otros) enfrentarse a los nuevos desafíos que le espera.

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Evidentemente no todos los padres y tutores llegan a volver acercarse en este modo a sus adolescentes. Para ellos es abocar de nuevo a algo que les ha provocado desilusión, pérdida y porqué no también dolor. Es comprensible, también a ellos les supone una nueva inversión emocional, material y de tiempo, que resulta aún más dura de asimilar si ha habido un precedente intento fallido (como se supone que es el caso) y por lo tanto es explicable que les resulte difícil llegar a un nuevo compromiso.

De hecho muchos son los que desisten en intentarlo de nuevo, están proprio frustrados, hartos y decepcionados, tanto que les resulta difícil nuevamente confiar en alguien. Es comprensible, también son personas y como tales se agotan. Necesitan de nuevos estímulos para poder reaccionar y continuar a apoyar a su joven zagal. ¡Mira por donde!, justo igual que el adolescente. Ahí tenéis un punto en común, un punto de comprensión mutua.

Porque precisamente esa través de la comprensión por donde los conflictos encuentran solución. Comprender a veces es difícil, sin embargo no es imposible. Como padres o tutores tenemos simplemente que extraer la fuerza y la voluntad del afecto, del interés y del apego moral y emocional que sentimos hacia ellos. Y digo simplemente, porque no tendría que resultar complicado sacar de nuevo la confianza, las ganas y la ilusión del amor que sentimos hacia nuestros propios hijos. Tendría que ser algo natural y como tal no debemos ir en contra de lo que es naturalmente instintivo, lógico y genuino. No es este el momento.

Pero entonces, algunos os preguntaréis, ¿porqué a veces no somos capaces de afrontar esta dificultad y nos rendimos, dejando caído en el fracaso a nuestros propios hijos? ¿Somos acaso desnaturalizados? ¿Cómo es que somos egoístas a tal punto de dejar tirados a los seres que suponemos que más queremos?

Dejando a parte casos particulares (que también los hay, me consta), la respuesta a todas esas preguntas es siempre la misma: simplemente somos humanos, y humanos en este contexto quiere decir limitados y vulnerables. Sí, también lo somos. Es así. Llega un punto que decimos basta, porque nos vemos desbordados de la situación, simplemente no somos capaces de soportar más. Y esto es del todo normal.

Dependiendo de nuestro temperamento, personalidad, mentalidad y experiencias tenemos mayor o menos nivel de soportar las contrariedades y frustraciones; mejores o peores estrategias aprendidas o ocurrentes de afrontar los conflictos y por lo tanto diferentes modos de reaccionar ante un obstáculo (en este caso la obstinación del nuestro adolescente), el cual es difícil de “controlar” y franquear.

EL CONTROL: UN ENEMIGO CAMUFLADO

Controlar, aquí está una de las palabras clave del asunto que nos ocupamos hoy, la cual es en sí misma esconde un obstáculo camuflado de racionalidad.

Bajo la noble apariencia deguía, consejero y timonel, el control que queremos ejercitar sobre nuestros hijos adolescentes se convierte en una verdadera opresión incomprensible e injusta a los ojos del adolescente irracional y a veces, (también hay que decirlo) déspota. Confuso, eso sí, por las tantas y continúas ráfagas de emociones contradictorias y sensaciones ambiguas que la misma adolescencia conlleva.

Desde luego el caos, aunque cierto y comprobado que la adolescencia provoca, no justifica los rufianes modales que a veces tienen los adolescentes, también es verdad que estas criaturas deben ser en alguna manera comprendidas, si tenemos en cuenta la baraúnda mental, la incertidumbre y el temor presentes en este período.

De hecho es cuestión de tiempo. Pasado este período el adolescente adquiere una comprensión y visión de la realidad más auténtica y clara. Determina su carácter e inicia a crear una propria mentalidad y personalidad con respecto a la realidad que le circunda. Se va haciendo adulto y va dejando atrás los rasgos propios de adolescente.

EL TIEMPO: UN ALIADO PRIMORDIAL, QUE SE HACE ESPERAR

El tiempo que en el momento de la oposición del adolescente creíamos perdido, y de consecuencia lo veíamos como nuestro enemigo, es ahora nuestro aliado. El pasar del tiempo nos traerá eso que creíamos perdido. Esperar el momento propicio es fundamental cuando tratamos con adolescentes.

Muchos os preguntaréis, “¿cómo que esperar? No hay tiempo que perder, los estudios tienen que realizarse en el tiempo previsto. No se puede esperar a los cómodos del adolescente. Todos hemos pasado por esta exigencia y él también debe pasar por ella.

Y tenéis razón. Pero yo os hago otra pregunta: ¿Previsto por quién?

El punto es que al adolescente a veces se le exige mucho o al menos más de lo que es capaz de afrontar. La adolescencia es un momento crítico para él, se ve inadecuado, confuso, lleno de dudas e incertidumbres. Es evidente que no está preparado ni ducho para confrontarse con tantas cosas para él nuevas y a menudo desconcertantes. Pero eso no parece importar. No es relevante. Igualmente le mandamos al mundo con un sutil slip de papel. Hace reír, lo sé, es un “dicho” padovano, una expresión popular que viene de una práctica de la Edad Media, pero lo importante es que cojáis el sentido.

Exigimos lo mismo que nos han exigido a nosotros, ni más ni menos, y así esperamos que se haga adulto. Estamos convencidos que ese es el método justo, con nosotros ha funcionado, ¿porqué no debería funcionar con él?.

Yo os hago otra pregunta: ¿con nosotros ha funcionado realmente?

Me contestaréis que sí. Habéis conseguido un título de estudios y de consecuencia un trabajo remunerativo. Aparentemente habéis conseguido el objetivo de “ser adultos”.

¿Pero habéis sido felices en ese período o lo recordáis con un trasfondo traumático? ¿habéis tenido y conserváis hoy día buenas y satisfactorias relaciones interpersonales con vuestros padres, familiares y amigos, o ese período estresante deterioró irremediablemente vuestros afectos y empatía, y de consecuencia vuestras relaciones con los demás?

Si somos sinceros con nosotros mismos reconoceremos que si bien la imposición de una excesiva exigencia ha hecho conseguir resultados decisivamente útiles a nivel material, por otro lado el precio emocional y psicológico ha sido elevadísimo.

¿Porqué no combinar las dos cosas de manera que obtengamos mejores resultados en ambos aspectos?

Para ellos es necesario utilizar instrumentos “aliados” con los cuales apoyar y acompañar adecuadamente el comportamiento inercial de inactividad que el adolescente presenta en este período.

Estos instrumentos son:

La comprensión, ya la hemos mencionado antes. Con ella vamos a poder comprender y explicar los sentimientos y emociones que el adolescente siente. A este punto desarrollaremos la empatía, que nos permitirá reconocer en nosotros mismos y así solidarizarnos con esas sensaciones por las que está pasando nuestro joven adolescente. Ponernos en su lugar nos hará discernir mejor cual es su punto de vista, así podremos mejor desarrollar una estrategia de apoyo, soporte y acompañamiento (atención que no digo control) más acorde a su carácter, personalidad, entendimiento desarrollado, aspiraciones y talentos emergentes.

Otro instrumento es el tiempo, también lo hemos mencionado. Y ahora voy a contestar a esa pregunta de antes (no se me ha había olvidado): “…el tiempo previsto”…, ¿previsto por quién?

Ciertamente no de nosotros mismos, aunque así lo parezca. Lo exigimos a nuestros hijos pero no lo hemos “previsto” nosotros individualmente. En realidad está previsto en la misma sociedad. Nosotros padres y tutores lo exigimos porque así nos lo exige la sociedad que hemos creado.

En caso contrario la misma mentalidad social nos tacha de “malos padres”. Tenemos (y por lo tanto estamos obligados socialmente y “moralmente”) que imponer un nivel de exigencia a nuestros hijos impuesto fuera de nuestro querer o voluntad. Esto engloba forzar un rendimiento escolástico determinado, en un tiempo establecido y en un modo precisado.

Claro que este forzado ritmo ya nos lo impone la sociedad desde que nace nuestro hijo. Cara a la sociedad tenemos que ser “extraordinariamente portentosos” en todas nuestras facetas sociales, es decir, en el trabajo, como padres y en concreto en lo relativo a la instrucción académica de nuestros hijos, los cuales tenemos la obligación de “crear” un adulto particularmente productivo, materialmente hablando.

Esta tarea impuesta por la sociedad resulta aún más difícil en el período de la adolescencia. Cuando el joven resulta más reacio a adoptar nuestras normas y controles, con frecuencia bastante obsesivos e insistentemente agobiantes.

A este punto hay que comprender también a los padres y tutores también ellos agobiados y presionados por la estrés que supone tener que responder a todas estas exigencias sociales “adultas”. De ahí se comprende su ansia y su atosigamiento continuo, es decir su control obsesivo y siempre apremiante.

Los padres se ven en la obligación de tener listo el joven hijo “adulto” en el tiempo determinado por las instituciones, de lo contrario además de la “señalización social”, es decir tachado con el temido fracaso escolar y su consiguiente marginación social y económica, viene a presentarse delante de ellos, en el horizonte lo más temido por un padre, es decir un futuro incierto y desolador. Nada seguridad ni consolidación económica, nada proyección de trabajo, cómo va a proveer a las necesidades de su propia familia, ect. Es decir, problemas y más problemas, generalmente de índole económica.

La realidad es que el futuro no está totalmente determinado por lo que haces o dejas de hacer es ese período. Sin embargo la sociedad nos hace ver que es así. El futuro ninguno lo sabe, aunque también es verdad que podemos intuirlo y conjeturar sobre él, pero siempre en modo parcial y no definitivo.

Por lo que no se puede subestimar la ventaja que supone un mayor acopio de recursos. Mejor salir al mundo con un slip apropiado que no con uno de papel, acordaros.

La competencia es brutal ahí afuera. No hay ninguna piedad ni escrúpulos. Puede llegar un punto que a ninguno le importe tu estado de vida, por lo tanto es sabio prever cada eventualidad y decidir con objetivos claros y estrategias precisas el mejor y más conveniente camino a interprender para obtener un futuro próspero.

Es difícil tener una visión objetiva de la realidad de la vida. Estamos diseñados e inducidos por la sociedad dentro una mentalidad limitante, que deja solo trasver una parte de la realidad que nos circunda y sobre todo ofusca y distorsiona las posibilidades y opciones que tenemos para realizarnos.

La sociedad parece que nos protege y nos proporciona eso de lo cual estamos necesitados, puede que en parte sea así, pero en realidad también nos limita, y mucho, nos controla y nos hace ver necesidades no reales, ofuscando nuestras preferencias y libertades.

Como padres y tutores, (y también como joven adolescente) es útil ser conscientes de todas las limitaciones que suponen todas esas convenciones sociales absorbidas durante nuestra educación que nos impiden desarrollarnos de acuerdo con nuestra propia afinidad, potencial, criterio y sobre dentro de nuestra libertad legítima de decidir nuestro propio porvenir sin sentirnos culpables por algo que otros han decidido importante o imprescindible para nosotros.

Aquí tenemos otro punto en común entre padres e hijos adolescentes. Todos tendrían que estar liberados de la opresión que supone una imposición y al mismo tiempo ahora teniendo presente todos estos factores es posible una mejor comprensión, tolerancia y apertura reciproque.

El punto es que por ambos lados se quiere lo mismo, es decir, prosperar. Lo único es que los padres ya han adoptado el modo y los tiempos impuestos de la sociedad (obligados por la responsabilidad que supone formar parte de la sociedad) y al contrario el joven adolescente, aún no ha decidido (porque piensa que puede decidir) y dilata los tiempos en una “inercia improductiva” por varios motivos sobrepuestos.

Por un lado es evidente que se siente inadecuado, poco preparado y temeroso, como ya hemos dicho anteriormente, tanto por lo desconocido que suponen nuevas interacciones multidireccionales, como por haber visto algo que no le ha gustado (ya sea por experiencia propia previa o indirecta) y por otro lado también, es evidente que el cargo que supone afrontar nuevas responsabilidades y empeños no va ser privo de fatiga, esfuerzo y voluntad, por lo que el adolescente no privo de astucia, procrastina lo más que puede su ingreso en ese mundo adulto.

Evidentemente es más cómodo quedarse en la zona de confort. Donde todo lo tiene controlado y sus necesidades (a veces reducidas al mínimo) se han adaptado a los recursos existentes en su entorno familiar, social, de estudios, ect. Pero también eso es limitante. No hay progreso. Sin embargo el tiempo no se detendrá, irá avanzando y pasará impasible ante su inercia anquilosante.

De hecho el “tiempo que pasa” sin hacer nada útil es uno de los temas recurrentes y con el cual agobiamos mucho a los adolescentes, por un lado porque lo creemos crucial nosotros mismos (por el apremio inculcado por la sociedad, como ya hemos dicho) y por otro lo utilizamos como un intento desesperado (aún si culpabilizamos injustamente al joven) de hacer mover al adolescente de su atasco.

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Poco a poco el adolescente evidenciará una hostilidad creciente, al inicio será un recurso más para alejar incómodas intrusiones de su zona de confort, luego poco a poco se insinuará como parte del propio carácter formando una personalidad hostil ante todo lo que amenace su estado bastante confortable (según su criterio), adquirido con amenazas, contestaciones desgarbadas y comportamientos prepotentes. Esto si el adolescente no encuentra una opción mejor.

MOTIVACIÓN: LA LEVA CON LA CUAL SACAR DEL ESTANTÍO

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Y ¿cómo proporcionamos a un adolescente irritable, insensato, cerrado y obstinado una opción mejor a la que tiene en ese momento en su zona de confort?

Necesitamos lo que yo llamo un “pie de puerco” osea una “palanqueta”, algo que haga de leva para hacer levantar y despertar en el joven un mayor interés. Es decir necesitamos encontrar una motivación para hacer salir al adolescente de su zona de confort.

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No es una tarea fácil, ya lo digo, pero es posible. Antes de nada necesitamos mentalizarnos con una buena dosis de paciencia, entereza y determinación, (que se supone viene de “serie” una vez que has sido padre, cosa que no lo es en absoluto). Porque al igual que el adolescente, los adultos tenemos limitaciones, vulnerabilidades y carencias, a veces importantes tanto o más que los del propio adolescente. Los padres se ven a menudo sin instrumentos, recursos ni conocimientos suficientes para poder afrontar con éxito los desafíos que le presenta la vida. Por tanto, hay que tener en consideración esta falta de idoneidad y preparación para poder comprender las circunstancias, limitaciones y carencias en las cuales los padres se han visto metidos, consolidadas en el tiempo por diversidad de motivaciones de las cuales ninguno es competente ni apto en conocer ni juzgar. Aquí encontramos otro punto en común para una mejor comprensión y tolerancia mutua.

No tenemos que desanimarnos si no obtenemos resultados inmediatamente. Es un error que los padres cometemos a menudo, pensamos que con una simple o/y única charla motivadora, nuestro hijo va a cambiar el comportamiento.

Otras veces parecerá que la conversación ha tenido resultado y vemos que nuestro adolescente cambia y adopta un comportamiento extrañamente incongruente pero aparentemente responsable y sensato (al menos eso parece y así confiamos que sea), luego apenas volvemos la mirada o pasa un pequeño período de tiempo (cuestión de horas o días a veces), todo vuelve como antes, y vemos a nuestro adolescente inmerso de nuevo en su zona de confort. Quitarse la “inercia improductiva” es difícil, porque se tiende a alzar el nivel de tolerancia del “pasotismo” o indiferencia.

Toca volver a intentarlo, las veces que sea necesario. Esto inevitablemente comporta el paso del tiempo, y con él, el paso de las oportunidades (materias suspensas, cursos perdidos, recursos materiales tirados a la basura) tiempo y dinero malgastados.

En realidad no tendría que ser así, no es tiempo perdido, es el tiempo que requiere. Otra cosa es que los cálculos del tiempo y de los recursos necesarios se hayan hecho con un objetivo concreto, el de proporcionar un aumento del consumo y de la economía en la sociedad, sin tener en cuenta el bienestar integral del adolescente, de los padres y del resto de la familia.

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Ni más ni menos, cuantos libros, material escolástico, cursos adicionales, tasas universitarias, masters, dinero y más dinero que sale del bolsillo de los padres para proporcionar una “buena educación académica” a sus hijos, pero que desde luego no contempla la prosperidad integral del adolescente, es decir no se tiene en cuenta la esfera psicológica y cognitiva, donde se encuentra el foco fundamental del bienestar emocional, afectivo y relacional, y donde la persona puede ampliar y potenciar sus talentos y aspiraciones generando bienestar, satisfacción y prosperidad a su vida.

La verdad es que depende de nosotros mismos el valor que queremos dar al tiempo y a las cosas. Tener la capacidad de discernir lo que es importante y fundamental para nosotros con independencia emocional es una capacidad muy conveniente que os hará tener un criterio propio privo de convencionalismos y prejuicios limitantes, así de poder ser lo más libres posibles para decidir lo más conveniente y propicio para nuestra propia vida teniendo presente vuestras aspiraciones, gustos, personalidad e intereses.

De la misma manera tenemos que respetar estas libertades en la persona de nuestro adolescente y tratarlo sin prejuicios ni expectativas determinadas de terceros (las instituciones y la sociedad en general), tenemos que tratar de razonar con él, llegando a compromisos reales y concretos, convenidos en concordancia respetando y considerando la entera esfera emocional, social y personal del joven y no exclusivamente la académica, la económica o la temporal.

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Dar crédito, dar confianza, dar motivos para llegar a un acuerdo. Un convenio no impuesto sino contratado bajo el entendimiento mutuo voluntario. Sin opresiones ni exigencias exageradas que solo llevan al estrés y a la ansiedad, y deterioran las relaciones y el bienestar emocional y afectivo.

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Por eso necesita tiempo, y por eso el período de la adolescencia no es el más propicio para hacer razonar a un joven. Frecuentemente nos encontramos delante un muro (ya hemos explicado porqué), pero si le damos tiempo y durante ese tiempo el joven siente nuestro apoyo incondicional y leal, antes o después el joven “despierta” de su letargo y empieza a razonar con sensatez, reconoce sus errores y sus egoísmos, y se compromete poco a poco en sus responsabilidades, hasta que logra éxitos aún más fructuosos y rápidos, por lo que se produce lo que yo llamo un “bypass”.

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Un bypass que hace que se recorten los tiempos y hasta los recursos utilizados. El joven ahora tiene más claro lo que quiere hacer en su vida, por lo que, no retrasa más sus objetivos y se pone a realizar su futuro. De alguna manera se recupera el “tiempo perdido” y los recursos invertidos regresan en parte. Con la satisfacción que la esfera emocional y afectiva entorno al adolescente habrá prosperado, aumentando la bienestar de nuestro joven adulto.

Nuestro adolescente por fin entiende que el recorrido natural de la vida es hacerse también adultos, afrontar los desafíos de la vida y disfrutar de las oportunidades y de los logros que se obtengan, conservando a su vez la esfera afectiva y emocional que da la completa bonanza a su vida. Por fin entiende que plantearse objetivos y modos para conseguirlos es estimulante y conveniente, y que lograr los mismos ofrece una gran satisfacción personal.

Por eso es muy importante enseñar y revelar a nuestro adolescente una herramienta valiosísima que en realidad ya hemos mencionado, la inteligencia emocional. Pero eso ya es otra historia.

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